A pesar de las intenciones declaradas de estabilizar las relaciones bilaterales entre Washington y Pekín, existen numerosos obstáculos para lograrlo. Uno de ellos es el Congreso de EE.UU., que se ha convertido en uno de los principales impulsores de la confrontación con China.
En la reunión del 15 de noviembre entre Joe Biden y Xi Jinping, los líderes estadounidense y chino expresaron su intención de “promover y reforzar el diálogo y la cooperación entre China y EE.UU. en diversos campos”.
Un día antes de este encuentro, la Comisión de Revisión Económica y de Seguridad Estados Unidos-China publicó un informe anual para el Congreso estadounidense en el que afirmaba que “el resultado de las reuniones de alto nivel entre EE.UU. y China fue simplemente una promesa de más reuniones, es decir, más conversaciones en lugar de acciones concretas”.
El informe concluía que, a pesar de las nuevas rondas de compromiso diplomático, la trayectoria de las relaciones entre ambos países no había hecho más que empeorar.
Las preocupaciones de la Comisión reflejan muchos sentimientos en el Congreso. Las competencias de este le permiten tener una gran influencia en la política exterior y la estrategia de competir a largo plazo con China.
Consenso bipartidista
A pesar de las diferencias ideológicas, los miembros del Congreso muestran un alto nivel de consenso bipartidista en sus opiniones sobre la política hacia China. Las preferencias políticas de los congresistas varían en su enfoque de los aspectos militares, ideológicos y económicos de la rivalidad entre Estados Unidos y China.
Aunque Pekín no ha plasmado en ninguna parte sus planes de hegemonía y el presidente Xi declaró durante la reunión que “China no tiene planes de superar o reemplazar a EE.UU.”, el gigante asiático es percibido como la principal amenaza para los intereses estadounidenses en todos los documentos estratégicos elaborados en Washington.
Ambos partidos están interesados en preservar la hegemonía mundial de Estados Unidos e intentan impedir el ascenso de China, pero tienen razones diferentes para hacerlo. Los republicanos están muy preocupados por el creciente poderío militar chino. Los congresistas neoconservadores concuerdan con el enfoque del expresidente estadounidense Ronald Reagan, que percibía a la URSS como un “imperio del mal”. Por su parte, los demócratas también se caracterizan por un enfoque ideológico: ven a China a través del prisma de la lucha entre “democracias” y “autocracias”. Un claro ejemplo fue cuando el presidente Biden volvió a llamar “dictador” a Xi Jinping inmediatamente después de su reunión. Al ser preguntado por una reportera si seguiría refiriéndose a Xi como un dictador, el mandatario respondió: “Mire, lo es. Es un dictador en el sentido de que es un tipo que dirige un país que es comunista y se basa en una forma de gobierno totalmente diferente a la nuestra“.
(Información de RT Noticias).