El pasado 6 de diciembre, Donald Trump apoyó la decisión unilateral e ilegal de Israel de anexionar Jerusalén oriental (que ocupó en 1967) y trasladar allí su capital. Con esta decisión el presidente estadounidense legitima otro incumplimiento de resoluciones de la ONU por parte de Israel: en este caso, la misma resolución 181/1947 de partición de Palestina que permitió la creación del Estado y otorgaba a Jerusalén un estatus internacional separado.
La Jerusalén actual refleja bien el estado de apartheid y la limpieza étnica que construye el sionismo: Aunque Israel la anexó y declaró su capital en 1980, no ha otorgado ciudadanía sino residencia permanente a sus residentes palestinos, que desde ese momento viven sometidos a la discriminación institucional y una campaña continua de acoso, cerco y expulsión. De hecho, Israel ha revocado más de 14.000 de estos permisos.
Hoy ha pasado un mes desde aquella declaración y la condena de la comunidad internacional ha sido contundente: La Asamblea General de la ONU rechazó la decisión de Trump por 128 votos a favor y 9 en contra (Israel, EE.UU. y otros estados como Togo, Micronesia, Nauru, Palau, Islas Marshall,…), mientras la condena en el Consejo de Seguridad (14 a 1) sólo se evitó por el veto estadounidense. Asimismo, se suceden las declaraciones internacionales de apoyo a Palestina, al estatus especial que mantiene Jerusalén desde 1948 y a que la ciudad sea la capital palestina.
Frente a ese consenso, Israel ha interpretado la declaración de Trump como otra luz verde a su represión: una decena de personas asesinadas, casi 500 detenidas y más de tres mil heridas por el ejército israelí. Una luz verde para acelerar el proceso de expulsión de población palestina, la destrucción de viviendas e infraestructuras o la detención de activistas — como la reciente y sonada detención de Ahed Tamimi, adolescente de 16 años que está siendo juzgada por abofetear a un soldado israelí. La liberación de Ahed Tamimi y todos los más de 300 menores palestinos encarcelados
por Israel es objeto de una campaña internacional impulsada por multitud de organizaciones de derechos humanos y de la infancia.
Asimismo, Israel intensifica su campaña de propaganda e imagen promoviendo eventos culturales y deportivos (como el inicio del Giro de Italia) pretendiendo naturalizar la ocupación y desviar la atención de las violaciones cotidianas de derechos humanos en la ciudad.
Esta situación deja en evidencia el fracaso de las negociaciones de paz y las declaraciones institucionales. Son necesarias otras actuaciones para conseguir el fin de crímenes de ocupación, colonización, apartheid y étnica contra el pueblo palestino. El final de esta violencia contra el pueblo palestino pasa por presionar a Israel para que desista de su política de apartheid, tal y como se consiguió en Sudáfrica.
En esa línea, hacemos público un comunicado firmado por más de 30 artistas, quienes se oponen a este nuevo paso hacia la anexión de la totalidad de Palestina.